jueves, mayo 24, 2007

A la chica del nombre corriente

Hay cosas que acaban como una palmada en la espalda. A dos años luz de distancia. Un golpe finalmente seco que enmudece entre la piel y la ropa. Y todo ha quedado ahí.

Las cosas habían sonado siempre diferente. O igual. Pero distinto*.

Nos hemos quedado solos, anclados al suelo por un corto periodo de tiempo. Pero no se oyen las lágrimas,
ni el crujido,
ni la música triste que diga que toca al menos llorar un poco. Que lo que pasa en nuestras vidas tiene importancia en ellas.

Y esto no hace que no pese.

Al contrario, abro la boca e intento gritar. Pero no puedo. Tengo en la garganta el nudo más grande. Cada palabra que intento decir se convierte en emoción. Tanta que podría callarme para siempre. Quedarme aquí llorando. Morir de hambre o ahogada.

Porque nadie ha engañado a nadie.

Y por tanto no hay a quien dirigirse, chillando los motivos de la renuncia, del a-sentimiento. Ni siquiera el entorno, esta vez de nuestra parte, estaría dispuesto a escuchar el sermón, la rabia pausada, la explosión nanométrica. Las ganas que tengo de decirte, cuando un día lo sienta por dentro, que ya no eres nada en mi vida.

Simplemente, deduzco, esta es una historia de aquellas de cine bueno. El guión gris de una peli en color que no era muda, ni aburrida, ni absurda. Que sólo era una peli más con tanto derecho a seguir como a acabarse.

Y se acabó.

sábado, mayo 19, 2007

Acerca de los montones de celulosa...

( ♪ dark halls, au revoir simone♪ )


Hay una característica que diferencia a las personas que leen (lo que sea), y es que unos cuando empiezan lo tienen que acabar, y los otros leen mientras les interesa. Si no lo hace, lo dejan a medias.

Hay otras personas a las que ninguna de estas clasificaciones les describe realmente. Las que sólo reconocen si son más de una manera o más de otra en su más segura intimidad. Quizá les de miedo decantarse por alguna bien por los demás, que juzgan demasiado rápido, o bien por ellos mismos, que creen que habrían de ser de aquella manera hasta el final o algo parecido.

He tenido varias discusiones pacíficas acerca de esto. Yo me posiciono siempre del lado de los que leen mientras les interesa. Pero entiendo que eso me va mejor a mí por como soy y por como pienso.

Si de lo que estamos hablando es de sacar mayor provecho de lo que leemos, simplemente a mí es la fórmula que mejor me funciona.

Pero hoy he sumado un argumento más a mi favor, con algo que no había pensado hasta hoy, cuando he vuelto a coger dos libros más de la biblioteca, en pleno periodo de exámenes, sabiendo que es probable que los lea muy poco, y bastante probable que los devuelva sin haberlos abierto. Y es que hay que ser muy metálico para no entender que los libros acompañan, que saben convivir con pocos problemas, y que son confidentes entusiastas de lo malo, moderados de lo bueno. Que lo saben prácticamente todo de ti.

martes, mayo 15, 2007

Un riachuelo sin gracia ni prisa


Podríamos imaginar una escalera ascendente que observada desde aún mucho más lejos formara parte de una fina corriente infinita que desciende sin prisa, sabiendo que no hay nada que la pare, que nadie se ríe de ella.

Entonces se entenderá lo siguiente:

Hay una temporada, antes del infierno, en que vas a clases de muchas cosas: de inglés, de informática, de judo, de fútbol, de baloncesto…

Después vayas a donde vayas se te suponen ya muchos conocimientos y el entorno se vuelve por ello mucho más agresivo. Si vales, bien. Si no, fuera.

Y en general el resto de la vida estaría bien que fueras a algunas clases concretas, en función de tu estela. De tu trayectoria. Del surco que vayas dejando. De la dirección en la que tengas más o menos pensado continuar.

Ahora se impone un pelín de optimismo.

Esas clases son de algún idioma nuevo, de una nueva herramienta que no iría mal que aprendieras, de algo que simplemente te apetece: la guitarra, japonés, puntillo o macramé, jardinería, meteorología…(son siempre las mismas, son genéticas).

Pero hay una actitud que se da en ciertos individuos llegados a este momento: la confianza de que puedes apender aquello por tu cuenta, ser lo que se dice autodidacta vamos…ahorrate los 300 euros de la academia y acabar sabiendo prácticamente lo mismo. O eso crees. O eso creen ellos que no.

O siendo realmente sinceros: admitiendo que hay algo que se escapó, que ya no eres el niñito que aprendía fácil y sin pensar, que no es tan importante dominar la materia teniendo en cuenta a dónde vamos, que lo que haces ahora es fracasar con consciencia (aunque aveces la apariencia sea triunfal). Que no esta mal saber un poco de todo, algo más de lo justo para vivir. Dedicar las fuerzas a cualquier otra cosa que importe tanto o tan poco.

Hay gente que dice que le da igual todo esto último, que le gusta hacer ciertas cosas.

A mí ultimamente me gusta mucho comprobar que soy incapaz de conseguirlas.

:)

lunes, mayo 07, 2007

Un hobby


Lo que quiero contar, la cosa en sí, se parece mucho a cuando yo era pequeño y me apunté a karate…

Llegué con mamá del brazo.
Lleno de ilusión.
Kimono blanco, radiante.
Dispuesto a recibir…
…pero deseando aprender cuáles iban a ser mis armas también.
Deseando, por supuesto, ponerlas en práctica.
Al principio del camino hice amigos.
Me gustaba la parte de los juegos. La que hacíamos los viernes. Aunque aquello no fuera karate.
Y entendí desde el principio que había una escala concreta, y que cuando uno es cinturón blanco no puede luchar con nadie. Que un amarillo puede tontear con un naranja, y que éste puede hacer cosquillas a un rojo, o a un verde. Y luego vienen los colores más oscuros, los que ya no hacen ni puta gracia. Los que requieren todas las horas de día. Todo el esfuerzo enfermizo. De los que sólo se rie el capullo que no lo ha entendido. El que no ha pillado ni la esencia ni la proyección.

Pero hay diferencias significativas:

De lo que yo estoy hablando no puede uno desapuntarse facilmente.
La cosa en sí suena tan real como el propio cráneo contra el suelo.
Lo único realmente parecido a una explicación es tu intuición.
Sueles encontrarte más bien en pelotas.
Pero estás hasta los huevos de cargar con el kimono, que ya no es blanco porque tiene mierda, y esa mierda pesa cada puto día más. Y sabes que no se quita. Y que cada puto día pesa más. Y que la mierda no se va. Y pesa más cada puto día. Y es inútil intentar limpiarlo. Puto kimono de mierda. Puta mierda de kimono.

Pero la diferencia que es primera y última a la vez, la que no dudo desde que olisqueé, que probablemente genera todo lo que escribo, pero que no me dará la razón hasta el final, es que antes, cuando yo era pequeño, no tenía ni idea

ni la más remota idea

de lo que viene después del negro.

martes, mayo 01, 2007

Nuestro rasgo diferencial

( ♪ thoughts of a dying atheist, muse ♪ )
.
Sería nuestra gran lacra no? Creer que no nos hace falta todo lo lejos que pueda haberse llegado hasta hace unas décadas. O que sólo nos interesa de los inmortales aquello que entendemos de manera más inmediata, porque lo demás requiere mucho tiempo. Demasiado para nuestras vidas igual de cortas, pero incomparablemente más aceleradas.

Sería muy triste vernos desde lejos, golpeando con el cerebro y convicción una de las paredes laterales, creyendo que ésa es la que se interpone al sentido normal del desplazamiento, sin saber mientrastanto que detrás no hay nada.

Sería como ver repetida la muerte de ese tío que dentro del laberinto se empeñaba en equivocarse de camino. Que al final de su vida creyó que estaba dando vueltas en círculo, pero que en verdad no hacía más que alejarse de la salida, escogiendo cada vez la opción equivocada, una y otra vez.

Y todo esto sería tan penoso, un error tan acaparatoso, porque visto con el tiempo que no tenemos - o visto ahora mismo pero con una conciencia que no nos carazteriza - habríamos utilizado nuestra estancia en este planeta para mucho menos que nada. Para poco menos que todo, piensas pocas veces. Para cosas tan bien vistas como divertirnos, hacer bien a los demás o sacar algo de provecho. Cuando todo esto no era incompatible. Sólo tenía que haber estado teñido un poquito de gris. Empapado en un poco de lágrimas.