lunes, octubre 23, 2006

Vuelve BomBomChip!!!

(♪Für Elise, Ludwig Van♪)

Se agolpan a las puertas del Liceo. Ellos dicen que no es lo mismo. Que no se puede comparar con un grupo de doceañeras esperando un concierto de BomBomChip, ni con esas mismas niñas, 7 u 8 años después, borrachas de cerveza en las “puertas” de Fórum de les Cultures, esperando al primero de los tres días de festival veraniego.
Pero yo pienso, un par de meses después de mi primer festival, que es exactamente lo mismo. Que el fondo está igual de vacío, sólo que quizá sea peor seguir haciendo este tipo de cosas a los 40 o 50 años. Pero claro, a esa edad ya se ha cargado uno de tanta mentira a cuestas que sus huesos han absorbido todo lo que goteaba de sus roñosos sacos de mugre y contratos, facturas y anillos, por las grietas resecas de sus lumbares. Mentiras familiares asoman por cada cajón. Sonrisas postizas. Alopecia y celulitis. Infidelidades a gritos silenciosos, impotentes, resignados, castrados. Sábados por la tarde de pipas, bingo, películas malas y cabezadas. Domingo de compromiso. Lunes, martes, miércoles y jueves inexistentes. Pero este viernes Mozart resucita. Toca Liceo. Traje, coche de lujo y butaca en el cementerio mental de sus fosas comunes consentidas e inconscientes.
Luz cálida. Moqueta en el suelo. Ni siquiera las cortinas rojas tienen una sola mancha. El piano afinado con precisión para que el pianista toque para ellos. Y él les hará el favor, pues tiene que comer. Sobre el atril inútilmente dorado la pieza perfecta, y ellos dispuestos a que su cerebro finja cómo disfrutan, para en verdad mirar más de reojo el panorama que así mismos y a lo que están haciendo. Para en verdad respirar hondo tras la imagen que exhiben. Con olor aún de champú y colonia cara, lo importante es fingir, pero eso ellos no lo saben. Sólo lo llevan a cabo. Entonces llega el momento álgido de la noche. El “subidón”, como dirían ellos, imitándonos a nosotros. Momento etiquetado de sublime o memorable. Al igual, por supuesto, que el estribillo del grupo de rock (and roll, do you believe in?). Guitarras o violines, baterias o pianos, tejanos o corbatas, cervezas o baileys. Da igual. Los mayores acomodados, y los jóvenes por acomodar.
Entonces pienso que no se trata de la edad, ni tan solo del tipo de música.
Resulta que lo que más me emocionó, más que BomBomChip, el festival de verano entero, y Sigur Ros en directo juntos, fue un compañero de universidad, tocando un piano desafinado y cometiendo fallos que prácticamente ni percibí, en una sala que ni mucho menos era de música, prácticamente sin luz, un jueves a las seis menos cuarto de la tarde.
Como los arquitectos racionalistas de primera mitad de siglo XX, los que llevaban la voz cantante se preocuparon de diseccionarlo todo, limpiarlo, y tenderlo a secar separado por categorías. A la hora de generar su producto, lo tenían todo tan claro, lo querían todo tan impecable, que no quisieron volver a complicarse. Se olvidaron que de esa complicación surge algo que no se puede controlar, que es lo que da vida a las ciudades, a las vidas de las personas, a las personas de verdad, que viven interiorizando esa parte de imperfección, que aprecian ese ingrediente imposible de sintetizar químicamente, mezcla de azar, vida, historia, noche…
Ayer busqué a ciegas la fórmula. Me compré un patinete de segunda mano por 5,99 euros.
Lamento decir que he fracasado en el intento.