martes, mayo 15, 2007

Un riachuelo sin gracia ni prisa


Podríamos imaginar una escalera ascendente que observada desde aún mucho más lejos formara parte de una fina corriente infinita que desciende sin prisa, sabiendo que no hay nada que la pare, que nadie se ríe de ella.

Entonces se entenderá lo siguiente:

Hay una temporada, antes del infierno, en que vas a clases de muchas cosas: de inglés, de informática, de judo, de fútbol, de baloncesto…

Después vayas a donde vayas se te suponen ya muchos conocimientos y el entorno se vuelve por ello mucho más agresivo. Si vales, bien. Si no, fuera.

Y en general el resto de la vida estaría bien que fueras a algunas clases concretas, en función de tu estela. De tu trayectoria. Del surco que vayas dejando. De la dirección en la que tengas más o menos pensado continuar.

Ahora se impone un pelín de optimismo.

Esas clases son de algún idioma nuevo, de una nueva herramienta que no iría mal que aprendieras, de algo que simplemente te apetece: la guitarra, japonés, puntillo o macramé, jardinería, meteorología…(son siempre las mismas, son genéticas).

Pero hay una actitud que se da en ciertos individuos llegados a este momento: la confianza de que puedes apender aquello por tu cuenta, ser lo que se dice autodidacta vamos…ahorrate los 300 euros de la academia y acabar sabiendo prácticamente lo mismo. O eso crees. O eso creen ellos que no.

O siendo realmente sinceros: admitiendo que hay algo que se escapó, que ya no eres el niñito que aprendía fácil y sin pensar, que no es tan importante dominar la materia teniendo en cuenta a dónde vamos, que lo que haces ahora es fracasar con consciencia (aunque aveces la apariencia sea triunfal). Que no esta mal saber un poco de todo, algo más de lo justo para vivir. Dedicar las fuerzas a cualquier otra cosa que importe tanto o tan poco.

Hay gente que dice que le da igual todo esto último, que le gusta hacer ciertas cosas.

A mí ultimamente me gusta mucho comprobar que soy incapaz de conseguirlas.

:)