jueves, noviembre 02, 2006

Jesucristo era blaugrana

(♪Smith & Taylor, Chumbawamba♪)
(foto: Miquel Alba i Martí)

No tenían ni idea de nada. No sabían lo que pasaba fuera de un radio de 50 km que como mucho recorrían en un carro tirado por mulas un par de veces al año. Y todo lo que sus padres les habían dado era, por regla general, lo que heredarían sus hijos.

El payés de antaño echaba un ojo a su alrededor y controlaba todas las cosas. Con esto quiero decir que sabía que la azada del corral era de su bisabuelo, que se la encargó al herrero del pueblo, dos generaciones atrás. El mango de madera era nuevo, porque él mismo se había encargado de seleccionar la sabina con la que estaba hecho, y la puerta del gallinero habría que pintarla de aquí a unos 15 años. Más o menos.

La mujer tendía la ropa, lavada a mano, en una cuerda de esparto que sobró de la cesta que ella misma había fabricado. El rollo de esparto formó parte de un trueque con la vecina, a cambio de 3 perolas de leche y un saco de patatas. No había quedado contenta con el intercambio, pero en fin, lo tendría en cuenta para la próxima vez, y si no Dios haría justicia y repartiría suerte.

Los niños miraban a los padres y podían predecir sus futuros: Tú saldrás cada mañana por ese balcón y sacudirás la alfombra que hoy sacude tu madre; mientras yo amaneceré cada día a las 4:30, antes que canta un gallo, y trabajaré la tierra de sol a sol, con la maquinucha que un tal John Deere fabrica para nosotros en un país de por allí, de centroeuropa. Esto es lo que tenemos. Y esto es lo que hay. Pregúntame lo que quieras de todo lo que nos rodea. Te responderé que si el cielo anochece rojo mañana hará viento, y que el gasoil del tractor lo compramos en la gran ciudad. Eso es lo poco que se me escapa: la vida de la gran ciudad. Quitando esta excepción te diré el origen, función y destino de cualquier cosa que me señales. Adelante. Pregúntame lo que quieras.

Hoy en cambio, tenemos el Google Earth. Aprovechando el agujero de la capa de ozono, salimos de la estratosfera sentados en nuestra silla, y una vez contemplamos la Tierra completa volvemos a bajar, pasando de nuevo por el agujero, y decidimos a qué país queremos viajar. Entonces nos acercamos, más, más, un poco más. Ya vemos los ríos, las montañas, las ciudades. Los campos de cultivo. Esto es cebada, esto será trigo, y esto de color más verde seguramente sea alfalfa. Me voy a Tokio, y luego a Nueva York. Vaya hombre, era verdad que un tercio de los coches son taxis amarillos. Y este señor de pie delante de la estatua de la “libertad”, vaya…no puede ser, se está sacando un moco. ¿Es que no pensó que le podían estar haciendo La Foto?

Esto no es una alabanza de lo arcaico, ni una crítica negativa de la tecnología. Es la envidia del control sobre su entorno de lo primero, y el intento de ironizar el discurso actual de la segunda.

En sí no habrían de ser buenos ni malos, ni uno ni otro. El problema está en cómo gestionamos la tecnología. Y la verdad es que la parimos y le concedemos libre albedrío. Se nos va de las manos no porque no la controlemos con precisión, sino porque su potencia nos cegó hace tiempo, modificó nuestros principios, nuestra moral, y con esta hoja de rumbo desfigurada pretendemos llegar a algo que de momento está empezando a acabar con nosotros.

El hombre del siglo 21 se enorgullece de pasar de puntillas por todo lo que le rodea: No sé dónde estaré el año que viene. Mi ordenador tiene wi-fi, GPS, ABS y blutuf. Seguramente el tamagotchi sólo era para que los niños jugaran, y no, no creo en Dios cristiano. Mi único dios es Maradona. Me tengo que comprar un traje para ir de boda este finde. Si lo sé no vengo. Que pena que no sepa nada. Y que acabe yendo a todos lados. Mis hijos serán ingenieros de telecomunicaciones. Los dos. No se de que va la carrera, pero me mola el nombre. Y cuando me muera quiero que me incineren y tiren mis cenizas al mar Mediterráneo.

Yo digo que ya está bien de descontrol. De ignorar todo lo que nos rodea, el porqué está ahí y la intención del fabricante. De que jueguen con nosotros, y de que nosotros hagamos cola para ello, en un estadio de fútbol o el sábado por la tarde en Pull&Bear.

Por supuesto que habrá quien piense que lo que más le gusta el sábado es ir de compras, y que el domingo Dios descansó para ver al Barça.

Yo no pienso discutirlo.